Amigo Lector:
Pensar en Emma de Cartosio es reflejo de la infinitud inalcanzable, de un dolor que acompañó a la autora desde el momento que emprendió su camino como poetisa. Como dice Jacobo Fijman, “El dolor es un agua que no se pierde”. Emma nos dice que su poesía le trajo “contentos”, pero jamás felicidad. “Probablemente porque a todos nos asusta la última verdad, aquella que no nos decimos ni siquiera a nosotros mismos”. La última verdad, o, mejor dicho, la primera, es aquella que nadie quiere escuchar. Basta con recordar el mito de la caverna de Platón. Aquel hombre ansioso de verdad que, librándose de sus cadenas, la descubrió y volvió a revelársela a sus compañeros, sólo para hallar la muerte ante oídos sordos.
Hoy es la demencia un estado natural, mientras el cuerpo de los robots se alimenta de platos vomitados, el alma del hombre se alimenta de poesía. Sus versos son bellos, amargos, conmovedores, versión de una honestidad de espíritu que la palabra, dócil a la Verdad con mayúscula, sabe recoger.